Por Hasardevi
Enero 14, 2022
A lo largo de la historia, personas de buena voluntad han encontrado severas persecuciones. Tal vez otras personas bienintencionadas hayan simpatizado secretamente con los propósitos de aquellas, pero, sin la capacidad de hacer nada al respecto, se han mantenido como observadores pasivos mientras las primeras resultaban derrotadas. Ya que la preservación personal es lo más importante en su modo de vida, tales observadores cuentan tan solo como elementos de una sociedad. No pueden ser la fuerza que la mantiene unida ni pueden prevenir su desintegración.
(Daisaku Ikeda, Propuesta de Paz)
Desde la época de Sidartha Gautama Buda, en plena sociedad de castas, el príncipe notó que algo no funcionaba en esta estratificación y la intuición de que los humanos somos esencialmente igualmente valiosos, entre otras cosas, le llevó al camino de la búsqueda espiritual que no sólo se concretó a la meditación y la práctica de austeridades, sino el diálogo constante y codo a codo con la gente, recorriendo los caminos de esas tierras del Oriente Medio. Milenios después, se sigue dudando de la igualdad del valor de las vidas. Filósofos y filosofías, teorías y luchadores atraviesan la esfera de tierra y agua que habitamos pero el problema permanece irresuelto.
Las crisis repetidas en el mundo siempre afectan a los más débiles, a los más pobres. La actual, es una crisis de civilización innegable. Se rehúsan a la vía socialista, incluso los más afectados por la crisis capitalista. Habrá que buscar algo que no inspire tal temor, aunque incluso pensadores muy críticos del socialismo, pero igualmente críticos hacia el capitalismo y la aberrante desigualdad que existe en el mundo como Thomas Pickety, hoy retoman sus bondades y lo deja de manifiesto en su libro «Viva el Socialismo», compendio de sus columnas escritas en el diario francés Le Monde, en donde apela a una nueva forma de socialismo con ciertas características.
En el mundo capitalista la «competitividad» se convirtió en su lema, seguido del hoy tan repetido «merecimiento» y dejando fuera todo concepto de humanismo, de solidaridad, de bien común. Competencia y mérito, aptitud, esfuerzo; de eso se trata para el capitalismo, pero sus bondades sólo las disfruta un 10% y para no exagerar, en menor medida un 20% de la población total.
El filósofo Daisaku Ikeda(1), autor de varios libros y budista convencido de que el diálogo es el camino para pavimentar la paz, explora las ideas del Profesor Tsunesaburo Makiguchi (2), las cuales plasmó en su obra «Geografía de la Vida Humana» (1903), y en la que examina la corriente de la historia y llega a identificar las formas de competencia que a su juicio habían prevalecido: la competencia militar, la competencia política y la competencia económica, llegando a la conclusión de que el objetivo debería ser la «Competencia Humanitaria», una competencia «capaz de efectuar las más grandes contribuciones a la sociedad» lo cual desarrolla como todo un concepto que será baluarte de su «Teoría de la creación de valor».
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