Álvaro Cueva
Vía Milenio
Pues no comenzó la guerra, no se devaluó el peso ni nos convertimos en Venezuela. Al contrario, Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones del domingo pasado y comenzó uno de los periodos más peculiares en la historia de nuestro país, un periodo de paz, de concordia, de esperanza.
Los rivales de El Peje fueron los primeros en felicitarlo. Los empresarios, en buscarlo. Y sus enemigos de los periódicos, de la radio y de la televisión, en apoyarlo.
¿Me creería si le dijera que siento a la gente contenta, que voy por las calles y veo a las multitudes más calmadas, menos en el rencor y con muchas ganas de hacer algo bueno, de cambiar, de creer en el futuro?
¡Hasta Donald Trump está de fiesta!
Ni cuando Vicente Fox, que veníamos de más de 70 años de PRI, percibí esta alegría, esta buena disposición, esta insólita felicidad.
Y sí, muchas personas, antes de saludar en los eventos familiares, de publicar cualquier cosa en las redes sociales o de hacer el más mínimo comentario en el trabajo, aclaran que no votaron por AMLO.
También hay otras, sobre todo en los medios tradicionales, que arquean las cejas y con la voz entrecortada afirman que no tienen nada que ver con esta historia y le buscan explicaciones esotéricas al fenómeno López Obrador.
Es como si todos ellos quisieran marcar distancia, como si no quisieran mezclarse con la chusma, como si no supieran asimilar lo que sucedió pero, en el fondo, entendieran que eso fue lo justo, que eso era lo necesario.
Andrés Manuel López Obrador no arrasó en las elecciones del domingo ni por guapo ni por moderno ni por rudo.
El señor es la más perfecta representación simbólica de un México que durante muchos sexenios ha sido negado, saqueado y atemorizado, de un México harto pero digno, incansable y trabajador, lleno de valores, de ilusiones.
El Peje es la fusión de los chicos con los grandes, de los del norte con los del sur, de las minorías con las mayorías.
No es un virtual presidente electo cualquiera, es un personaje como no ha existido otro en las últimas tres generaciones.
Por eso está tan idealizado. Por eso se espera tanto de él. Por eso pasó lo que pasó el 1 de julio y desde el 1 de julio.
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