Jaguara IV República
Llego en punto de las 13:30 h al puente del tren ligero. Para entonces la euforia por el partido México-Suecia ha desaparecido y cede el paso a la promesa de una tarde de ensueño, jamás vista: largamente anhelada. Mientras espero a mi compañero Freejolito, ríos de gente pasan cada tanto por los torniquetes con playeras, sombrillas y niños en mano. Son los pejezombies que nos dicen, los Nadies de Galeano, los amlovers como hemos elegido nombrarnos.
La parafernalia obradorista se funde en ineludible abrazo con la futbolera: se trata del Azteca y su elección como recinto alterno a nuestro usurpado zócalo es un golpe seco al tablero. Nosotros también podemos tomar por asalto la catedral de la enajenación mediática en los días que el futbol forma parte de nuestra vida cotidiana. El resultado es de proporciones colosales y hace saltar en astillas la caja de creencias de cualquiera: se venden por miles las playeras “AMLO 18” emulando la casaca del crack de la política nacional del intersiglo XX-XXI mexicano. Este es su partido -nuestro partido-, definitivo y el viaje de la pesadilla neoliberal a Los Pinos inicia su tour de cierre en esta cancha.
Nosotros con boleto en mano, se nos arremolinan algunas personas confundidas por las interminables filas: ¿dónde le dieron su boleto? Es la única pregunta que nos hacen y contestamos que seguramente los dan en las taquillas, pero no sabemos: nos miran desconcertados y les revelamos que venimos como prensa y nos los han dado antes. En realidad somos miles de ciudadanos buscando la forma de entrar: la puerta de prensa queda más allá de un circo que reduce el espacio disponible en la explanada que será abarrotada horas más tarde, cuando no quede ni rastro del último boleto y la única opción sean las megapantallas. Como hormigas confundidas, todos preguntamos direcciones, hacemos filas, correteamos un boleto entre los gritos de vendedores de ocasión con todo lo necesario para aderezar nuestra tarde con sabor a triunfo: pejeluches, plumas, tazas, banderas, cornetas, playeras, chalecos, carteles, pines, libros, periódicos, pulseras, más playeras.
En busca del acceso de prensa, en el camino advierto una familia triqui donde una de las niñas trae una máscara de AMLO de plástico barato, como el de los platos desechables. Va feliz brincando con ella puesta mientras los hermanos se dispersan, la madre los llama y la abuela observa. Más adelante, una enorme familia de clase media alta va uniformada con una playera de diseño casero con la foto de Andrés impresa en transfer. Se nota que las mandaron hacer para estrenar hoy. Entreverados con este contraste de familias, hay cientos de jóvenes y parejas con las camisetas de la Selección aderezada con algún souvenir de la hinchada pejista. El ambiente del futbol se sigue entremezclando con la fiesta cívica y la esperanza de un México mejor. Una cosa queda clara: estos días somos un país volcado a la noble tarea de imaginar cosas chingonas y por eso nos sentimos convocados a una enorme fiesta, no a un mitin. Hoy no tenemos recuento de tareas por hacer: hoy venimos a gritarle al mundo que los mexicanos tenemos el deber ético de proclamarnos hacedores de proezas y por eso mismo, nos declaramos listos para recibir lo que nos corresponde: un país en construcción donde cada nuevo ladrillo lo pondremos con alegría y esperanza.
Camino del túnel de ingreso, nos intercepta un ingeniero de 60 años para preguntarnos cómo puede hablar con “el licenciado” porque tiene cosas que decirle personalmente. Le decimos que hoy será punto menos que imposible, pero que nos puede dar su testimonio y nosotros lo difundimos. Nos dice que no y empieza a darnos pinceladas del tema: él trabajó en Pemex y quiere hablarle de los oleoductos, de lo que está ocurriendo con la ordeña. -Es que ustedes compréndanme: es muy delicada la información, nos dice mientras continúa diciendo quiere decirle en persona que no hace falta construir otras refinerías: con detener la extracción ilegal es suficiente. Nos dice que a los campesinos los obligan a trabajar en las fases más peligrosas de la ordeña y quiere decírselo a Andrés. En este resurgir del país, todos queremos contribuir en algo, cooperar en la reconstrucción con lo que sabemos hacer. Se me ocurre que Andrés está hecho de todas nuestras pequeñas realidades. Es un gólem construido con millones de microhistorias protagonizadas por cada uno de nosotros y es por eso que asumimos como propia la tarea de orientar al próximo presidente y a su gabinete: si no se los digo yo ¿Cómo van a poner remedio a esto que conozco, que vivo, que me corresponde?
A nivel de cancha
Entramos al área de prensa y nos paramos sobre el pasto que pisó Maradona: el mismo Diego que tiene tatuado al Ché y que dejó las drogas cuando se exilió del capitalismo. El que dice las verdades de esa otra mafia del poder que es la FIFA. Por todos lados está la huella de Televisa y hoy cerramos en su casa. Irónica resulta la canción oficial de Morena en este contexto: si este pueblo se organiza, no nos gana Televisa… y parece ser que ha sucumbido seducida por el imbatible clamor de nuestra convicción. Hoy no tendremos los desplantes de Jesusa contra las televisoras, sino a Belinda portando un saco con el águila republicana y remolcando a Espinosa Paz al evento donde a regañadientes nos regaló una canción a dueto con ella. Él se quiere hacer pasar por un hombre normal sin que nadie lo recuerde como chairo y radical.
Lo mismo con Margarita la Diosa de la cumbia, que se despidió anunciando “ya viene SU candidato”, un poco molesta porque fue tratada como música incidental y no como centro del chou… y es que aquí nadie vino porque hay artistas gratis, sino porque no pudimos cerrar en el zócalo y pues de ahí salió la idea de un AMLOfest en el Azteca con muchos músicos. Ustedes saben: una cosa lleva a la otra y cuando menos lo piensas, ya se armó una fiesta en el depa de AMLO y todos dan promociones o cosas gratis porque va a ganar Andrés. La pejemanía está por todos lados, desbordada: cada quien convive con su Cabecita de Algodón personal y construye su versión de México que cabe en este gran sueño colectivo.
Pero no adelantemos las cosas. Antes de Margarita y Belinda, primero vinieron la Banda Sinfónica de Tlaxiaco, integrada por niños elegantísimos regalándonos lo mejor del centenario arte oaxaqueño de las bandas de alientos metálicos. Con el corazón rebosante, abren paso a Caña Dulce y caña brava quienes con sones y coplas sobre la política nacional, son el adecuado contrapeso a la euforia mediática que estábamos ya experimentando. Volteamos a tribunas y mientras la gente hace sonar sus trompetas y hace la ola, la esencia del movimiento obradorista aprovecha el enorme sistema de sonido para hacer retumbar el corazón de Mesoamérica con sus encantadores acordes soneros. Creo que jamás el Azteca ha sido inundado de la música de los pueblos y esta es la perfecta ocasión para hacerlo. Sí: esta campaña nos enseñó a usar los espacios del sistema para hacer retumbar nuestra palabra… y así queda sellado para la historia con este evento de cierre que más parece un ritual de cambio de era.
Cierre de campaña, cierre de ciclos: es momento de la Esperanza
Después de la señora de la cumbia a la que no le dio pena recibir el pago del candidato pero no perdió ocasión de señalar que es nada más “nuestro”, vinieron Los Jaraneros, que nos regalaron otro momento de comunión con el zócalo, con la vieja asamblea de las 7 pm, con los momentos donde empezamos a construirnos protagonistas de la renovación, promotores de la conciencia ciudadana. Al término de su intervención, el escenario se convirtió en una superproducción donde Belinda dejó todo de si misma y quienes nunca hemos sido afectos a su música, empezamos abrir la posibilidad de tomarla en serio: realidad 3D, cuentos de hadas, cuetes, fuego, performance al estilo Daft Punk, cambios de vestuario y hasta la negada canción del Sapito, que le recuerdan a la cantante su origen como estrella infantil de Televisa. Se mostró auténtica, libre, agradecida: mencionó varias veces que le significaba mucho la oportunidad brindada por Andrés y Ebrard de estar en este evento. A flor de piel tenía la emoción y por supuesto fue un detalle para la multitud el que consiguiera una canción de Espinosa Paz para el evento: todos los gustos musicales estuvieron representados y solamente a los rockeros de corazón nos quedaron a deber, porque ninguno escuchamos Moderatto. Aunque la verdad, en ese momento lo único que pasó por mi mente fue que por primera vez nos mostrábamos humanos, terrenales, espectadores de la cultura de masas como cualquier otro, fanáticos del futbol como esos otros mexicanos a los que culpamos de lo mal que está el país porque ven los partidos por la tele: también nosotros descansamos ya de la máscara del ortodoxo de izquierda, el que sabe más que todos, el que tiene claro que no estamos bien, el que da lecciones con megáfono en la calle y a manotazos en las cenas familiares. Es tan delicioso descansar de la máscara que nos sabe a gloria cada nota musical de Sapito porque nos permite reconocernos parte de un colectivo que ve la televisión y tiene sueños para México igual que nosotros. Hoy cierra también y con enorme margen de ganancia, esa apuesta de Andrés por desortodoxizarnos y volvernos abiertos al mundo, a las sonrisas, a la aceptación social, porque de ser los pinches chairos pejezombies, pasamos a ser los amlovers que todo el mundo quiere ser: Absolut López se lee en la playera de un joven moreno y robusto en la multitud de asistentes.
Llega el momento de Andrés y es atronador escuchar ¡Es un honor, estar con Obrador! con la acústica de un estadio: nuestro grito de guerra adquiere una nueva vitalidad y apasiona como cántico de la más poderosa de las barras: hoy somos pejehinchas mientras la ola da la vuelta al estadio cuatro veces y se ve la tribuna pletórica de lucecitas de celulares y encendedores. Este Azteca no lo tiene ni Michael Jackson. Los locutores de radio habilitados como presentadores, por un momento vuelcan lo mejor de su repertorio de animadores de Los 40 Principales y anuncian que Andrés está saliendo a la cancha. Ahora es electrizante el ¡Pre-si-dente, pre-si-dente! Tarda como 15 minutos en alcanzar el estrado y entre un manejo visual sobrecogedor, vemos anochecer la ciudad en la megapantalla que nos arroja la imagen del Estadio Azteca abarrotado de pequeñas lucecitas… y se ve también la explanada llena de amlovers ante las pantallas. Ni el partido de la mañana debió de haber tenido tanto aforo en las pantallas públicas. Gritamos eufóricos mientras una apasionada Claudia Sheinbaum declara contundentemente que el domingo ganaremos la elección: su energía no deja espacio para la duda y entonces me empieza a inundar la ansiedad de la certeza. Después de pasar revista a los candidatos a gobernador, con un Cuauh que seguro nunca se soñó pisando su cancha de esta manera, habla del trabajo de quienes casa por casa fueron construyendo esta posibilidad: la tribuna la ovaciona al reconocerse en sus palabras. Aquí los Nadies contamos y para nosotros que hacemos las cosas por convicción, estas palabras de reconocimiento son un tesoro: amor con amor se paga.
Andrés se aproxima al podio y mientras las pantallas proyectan una y otra vez “Esperanza”, “México”, “2018”, “AMLO”, “Unión”, “Alegría”, “Fuerza” y al fondo ondea una megabandera digital, él dirige su mensaje con la templanza que le caracteriza, ajeno por completo a la superproducción que acrecienta nuestra emotividad al punto de la euforia. Tranquilo, comienza el ritual de cambio de era, invocando a los ancestros: desde los ferrocarrileros hasta Monsiváis, desde los jóvenes del 68 hasta Elena Poniatowska. Nos habla de que estamos ante la enorme oportunidad de marcar una etapa de transformación nacional sin derramar una gota de sangre como en las anteriores revoluciones, reconoce nuestros largos años apasionados por transformar al país, nuestro vehemente caminar haciendo realidad lo que él denomina como pedagogía política.
Anuncia pues, que estamos del lado correcto de la Historia. Jamás había visto tan grande a un señor tan chaparrito y el estadio rugía ¡Pre-si-dente, pre-si-dente! como si le estuviera gritando a la Selección, al país, a los espíritus de Cuicuilco, donde comenzó esta aventura llamada México. La siembra del maíz tuvo inicio en ese pedregal, debajo de las toneladas y toneladas de lava enfriada que ahora cubren esa parte de la historia de esta tierra. No podía creer cómo a esa enorme figura tan distante, le he podido estrechar la mano, escucharlo en reuniones pequeñas, intercambiar algunas palabras. No me explico cómo millones de mexicanos podemos tener una anécdota sobre un momento íntimo con él y al mismo tiempo saberlo tan lejos de nuestra simpleza. Por eso todo mundo le cree cuando dice que a las 6 de la mañana va atender personalmente el problema de la seguridad y se enterará de cada uno de los muchachos que no llegaron a casa después de salir de trabajar, del señor que lo despojaron de su carro y lo aventaron en la carretera, de la niña de secundaria que salió a las 7 de la mañana y un carro la subió antes de que pudiera alcanzar su aula, de la señora de la tiendita que perdió su ganancia en un asalto. Podrán decir que miente sobre la economía y el presupuesto disponible, pero de esto que acabo de escribir, nadie, NADIE se atrevería a decir que miente porque todo el mundo sabe que conecta de manera auténtica con las personas y sus problemas cotidianos y eso es 500 veces más importante que las tonterías de la macroeconomía.
Incluso el buen dios Tlaloc vino al evento: se dejó sentir en unas pequeñas gotas que esperaron a soltarse en chubasco hasta que salió del estadio el último asistente. Son las 10 de la noche y todos partimos con el corazón lleno, a cumplir nuestro destino: transformar a México en la Nación de la Alegría.
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