MÉXICO, D.F. (apro).- Al conmemorar el 19 aniversario luctuoso del diplomático mexicano Gilberto Bosques Saldívar, las autoridades del Museo de la Ciudad de México le rindieron un homenaje en el marco de la Semana Catalana con una mesa redonda en la cual, como suele hacerse al hablar de esta figura de la diplomacia mundial, se le comparó nuevamente con el alemán Oskar Schindler.
Empresario nacido en el Imperio Austrohúngaro, Schindler se hizo famoso no sólo porque su vida y labor se narraron en la novela El arca de Schindler (1982), de Thomas Keneally, sino fundamentalmente porque –con base en este texto– el famoso cineasta Steven Spielberg realizó la película La lista de Schindler (1993), protagonizada por Liam Neeson, que obtuvo el Oscar a la mejor película en su momento.
La historia de Schindler es muy diferente de la de Bosques. Inicialmente instaló una fábrica en Cracovia, Polonia, hacia finales de los años treinta del siglo XX, en la cual empleó a unos mil judíos pues representaban mano de obra barata. Y fue con el tiempo, ya en plena segunda Guerra Mundial, que el empresario comenzó a involucrase en el propósito de proteger y salvar a sus trabajadores de los campos de concentración nazis e incluso de la muerte.
En la cinta de Spielberg se le muestra en principio como un oportunista, que sólo deseaba hacer negocio y al final se le ve desesperado por rescatar al mayor número posible de judíos, aunque no fuesen ya sus empleados. Se habla de que salvó a cerca de mil 200 judíos.
Otro caso similar fue llevado también a la literatura y el cine. El del diplomático español Ángel Sanz Briz, que trabajó en la legación de España en Hungría durante la segunda Guerra Mundial y quien, al parecer sin la aprobación “oficial” del dictador Francisco Franco pero sí con su aquiescencia, se propuso salvar inicialmente a los judíos sefardíes alegando, desde el punto de vista jurídico, su origen español pues afirmaba que eran descendientes de los judíos sefardíes expulsados por los Reyes Católicos.
En la película para televisión El ángel de Budapest, basada en el libro Un español frente al holocausto, de Diego Carcedo, se ve cómo Sanz Briz lleva en Hungría la vida social de la diplomacia: Cocteles, cenas, ciertos lujos. Y comienza a tomar conciencia de las dimensiones de la guerra y la situación de los judíos por los trabajadores de la embajada.
Cuando se propone ayudar, empieza por preguntar acerca de los sefardís y termina sacando de los trenes que iban a los campos de concentración a cuanto judío pudiese. Se dice que logró obtener 200 dispensas para igual número de personas pero alegó que eran 200 familias y así pudo salvar a 5 mil 200, no necesariamente sefardíes.
El caso de Bosques es diferente, quizá más parecido al del diplomático sueco Harald Edelstam quien a lo largo de su vida tuvo convicciones humanistas. También protegió y rescató judíos en la segunda Guerra Mundial, y sus acciones en defensa de la población durante el golpe militar de Augusto Pinochet en Chile, donde fue embajador, fueron llevadas a la pantalla en la película El clavel negro, sobrenombre con el cual se le conocía. Edelstam salvó la vida de mil 300 chilenos.
Bosques logró que 40 mil personas sobrevivieran tanto a la segunda Guerra Mundial como a la Guerra Civil Española, dándoles visa para emigrar a México. Así llegaron, entre otros, María Zambrano, Manuel Altolaguirre, Wolfgang Paalen, Max Aub, Walter Gruen, Leonora Carrington, Friedrich Katz y Brigida Alexander.
Pero no es cuestión de cifras, aunque el número de gente salvada por Bosques sea infinitamente mayor que el de Schindler o Briz. Se trata de convicciones. En la mesa Gracias a Gilberto Bosques, hablan los hijos y los nietos de los catalanes exiliados, realizada en el Museo de la Ciudad de México con la participación de Luis Prieto Reyes, Rafael Barajas El Fisgón y José María Espinasa, se destacó esa faceta del diplomático mexicano.
Prieto recordó que Bosques provenía de una población pobre de Puebla llamada Chiautla de Tapia, que no ofrece condiciones para una vida digna y la clase pobre es marginada. Su espíritu revolucionario, agregó, se fue forjando durante la época del porfiriato, “cuando lo dominaba el sentimiento de impotencia” y más tarde abrazó los ideales del general Lázaro Cárdenas.
Al respecto, Espinasa señaló que Bosques inició su vida política y liberal en los años treinta, cuando la Revolución planteó un crecimiento de la vida social del país:
“No hay que olvidar tampoco la labor de José Vasconcelos en términos de la cultura, la educación y el muralismo. Tanto México como España estaban a favor de consolidar una República y la muestra fue en la educación: Pueden ver las grandes semejanzas de una cartilla de educación española y una mexicana y se darán cuenta.”
Formado en esos ideales, Bosques tuvo sin duda convicciones personales al dar la visa a miles de personas, y representó también una diplomacia mexicana nacida en la época posrevolucionaria y cuyos principios comenzaron a perderse con los gobiernos neoliberales.
Dos testimonios sobresalientes de la vida y la obra de Bosques están plasmados en un documental: Visa al paraíso (México, 2010), de la realizadora Lilian Liberman, y en el libro La guerra perdida (Alfaguara, 2012), que reúne una especie de trilogía de novelas de Jordi Soler (Los rojos de ultramar, La última hora del último día y La fiesta del oso).
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